lunes, 27 de diciembre de 2010

Chau, amigo.

Nunca se me dió bien la sensiblería. Soy más del tipo racional. Y desde la razón hoy, recién ahora, puedo despedir a Nestor. Antes, una y otra vez la estupidez de la injusticia y la no oportunidad de una muerte apresurada me bloquearon. Veía consternada tanto geronte destructivo, amargante, detestable gozar de una vida que nada aportaba. Veía un hombre constructor, con una agenda plagada de proyectos que necesitaban tiermpo para mejorar la sociedad que lo había elegido para liderar. Y nuevamente, el que tira los dados omnipotente e inaccesible, falló a favor de llevarse al mejor. Y los gandules inútiles siguen molestando, regocijados por la desaparición de un grande, queriendo ocupar ese espacio vacío sin haber cumplido ninguna condición de accesibilidad.
Hoy, me siento más ecuánime. Consolada. Acompañada. Aceptando un duelo necesario. No tengo orfandad.
Veo incluso la ironía de esta muerte. Como un giro genial del destino, donde desaparece la figura que concentraba el odio, la molestia de no poder voltear cada apuesta ganada, la inoperancia para modificar cada propuesta  que beneficiaba a una sociedad receptora antes olvidada y menospreciada, donde congregarse contra un solo hombre era el único norte de un grupo de poder económico y político desprovisto de ideas novedosas y superadoras. Un grupo nada despreciable, por cierto, que de pronto se queda sin objeto ni sujeto a quien dirigir la diatriba destituyente, mezquina. agorera de profecías funestas incumplidas.
Esa es la suprema ironía. La muerte de Nestor fue la destrucción de la oposición. Desnudó como nunca su sinrazón, su inutilidad, sus carencias estructurales, su impotencia plasmada en esa cachetada furiosa y de una ridícula grosería. Mostró las caras sin máscaras que alternaban lágrimas "pour le galerie" con sandeces del tipo "el cajón era corto porque estaba vacío", mientras salían a la luz fotos no tan viejas con genocidas condenados. Y tanto más.
Pero no dejó de lado la dosis enorme de desconsuelo y acompañamiento de un pueblo que se acercó con la ofrenda de estar, de ponerle el cuerpo sin miedo ni pudor en un luto productivo que generó la galvanización de los jóvenes, las mujeres, los adultos, los que nunca recibieron nada y los que hoy acceden a la escuela, la salud y la  mesa servida, los actores culturales que tomaron partido a riesgo de sus carteles, los jubilados que no se tragaron el sapo envenenado del 82% trucho... el pueblo. Ese pueblo que acompañó el dolor de una mujer crecida y agigantada por esa ausencia que atravesaba su vida entera, aferrada a esos hijos que sostuvieron sin querer ser protagonistas. Y surgió después una Presidenta de la cual la Historia hablará con admiración , con el reconocimiento de sus medidas revolucionarias en la estructuración de un país que ella y él idearon para ser política, económica y socialmente mejor.
Chau, amigo. Descansá. La posta está en buenas manos y cada día somos más.
Gracias por enseñarnos a soñar.

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