He votado. He ejercido nuevamente mi derecho a elegir y mi deber de hacerlo como ciudadana responsable. La escuela era un hormiguero de gente distendida, cada uno con su DNI en la mano, en muchos casos nuevitos, en orden y atendidos por policías que cumplían con informar y agilizar el trámite a las personas mayores o con alguna incapacidad motora.
Mi marido y mis dos hijas votaron en la misma mesa. Yo entré al cuarto oscuro con mi nieta de 5 años que preguntaba qué estábamos haciendo. Y ella agarró la boleta azul, porque allí vió la cara de Cristina. Mis hijas y mis nietas votarán presidente cada 4 años y en el medio, renovarán el H.Congreso. Ellas no tendrán años de plomo, años de mordazas, años de proscripciones. Ellas han nacido en democracia. Ellas han estudiado, crecido, trabajado en libertad. Libertad para pensar, para opinar, para decidir, para exigir que sus derechos se honren. Libertad para tender la mano al vecino que aún no ha satisfecho todas sus necesidades. Libertad para ponerse en el pecho la escarapela, cantar el himno a viva voz, embanderar la casa sin que se esté jugando un mundial de futbol. Libertad para obligar con su voto pensado, informado, responsable y lúcido al gobernante de turno a cumplir con la palabra empeñada.
Es un día de sol, luminoso y promisorio.
Es el ejercicio de la democracia.
Es la Patria que recibe y merece el mejor regalo de los argentinos.
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